* Tener un profundo respeto a las personas. Nunca hemos de obligar a nadie a creer.
* Saber escuchar. Atentamente, abiertos a las necesidades, deseos y aspiraciones de quienes nos rodean.
* Vivir en todo momento dando testimonio de aquello que somos. No hay predicación más eficaz que el propio ejemplo.
* Actuar con convicción, fieles a aquello que creemos y somos.
* Proceder siempre con delicadeza. Las personas están faltadas de ternura, necesitan comprensión y afecto.
* Mostrar cordialidad. Saber transmitir alegría, optimismo, esperanza.
* Siempre con amabilidad. Todos somos sujetos de ser amados.
* Sin temor a ser criticados, incluso rechazados o insultados por nuestras creencias.
* Confiar siempre en Dios, ofreciéndole todo nuestro quehacer. Jesús dedicaba largas horas a la plegaria en soledad, con el Padre. Necesitamos beber de su fuente para tener la fuerza y la inspiración necesarias.
* Poniendo el máximo empeño y dedicación por nuestra parte. Como decía San Pablo, “evangelizar a tiempo y a destiempo”, sin desfallecer. Pero, a la vez, con humildad, sabiendo que, finalmente, será Dios quien haga fructificar nuestros esfuerzos.
Hoy se da un importante descrédito de los cristianos y de la Iglesia. Se critica constantemente a la Iglesia como institución y una de las principales acusaciones, tal vez, es porque la sociedad no percibe coherencia entre su mensaje y el comportamiento de los creyentes. Por ello es clave nuestro testimonio como personas comprometidas y responsables de nuestra fe. Cada cristiano es un faro encendido en medio de un mundo desconcertado y apático. Para poder evangelizar y arrojar luz, nuestra vida tiene que estar llena de Dios.
Jesús predica con autoridad y con convicción porque habla de aquello que vive y lleva dentro. Lo primero que tenemos que hacer es digerir el Evangelio y aplicarlo a nuestra vida. A través de la palabra y la eucaristía, los cristianos estamos alimentados y fortalecidos para convertirnos en otros cristos y saciar el hambre de los demás. De esta manera podremos entusiasmar a la gente. Si la gente no cree en la trascendencia quizás sea porque nosotros no hemos sido capaces de despertar el apetito de Dios.
Creer pide más que unas prácticas religiosas o un cumplimiento de preceptos. Estamos llamados a vivir de acuerdo con aquello que creemos. Evangelizar requiere pasar a la acción y convertirnos en agentes de paz, amor y alegría.
P. BERNARDO BALDEÓN
PARA VISUALIZAR LA REVISTA ENTERA EN PDF, HAZ CLICK AQUI