¿Cómo empezó todo?
Los misioneros de la Consolata en España lanzaron una propuesta a los jóvenes que quisieran hacer experiencias de fe, interculturalidad y solidaridad como fraternidad universal en la vivencia con los misioneros de la Consolata fuera del continente. La propuesta requería que el joven tuviera al menos un año en contacto con los misioneros de la Consolata, y dispuesto a vivir según FRAPOC (Formación, Respeto, Adaptación, Participación, Observación y Continuidad), un plan de preparación para la experiencia.
Al final, identificamos dos misiones de la región costera de Kenia, que son Malindi y Mombasa, para ver, vivir y revivir la misión. Y los participantes en la experiencia fueron Ángela y Bea (Beatriz) de Segovia, Ángela de Zaragoza, y Antonio de Sevilla, todos de edad de entre 19 y 24. Cuatro Jóvenes con muchas ganas de conocer el “otro mundo”, muchísimas ilusiones para aprender de otras realidades culturales y suficiente dosis de valentía contra los miedos al desconocido y prejuicios personales y culturales.
¿Cómo nos fue por allí?
Para lograr los objetivos previstos para esa experiencia se compartían momentos de preparación, reflexión, trabajo, animación (juegos, cantos, etc.), clases de español, celebraciones litúrgicas y visitas a las familias (para celebrar el nacimiento de un niño, consolar en momento de luto, hacer conocer nuestra fe, etc.), escuelas, etc. Sobre todo se centró en actividades con niños y jóvenes. Un aspecto importante de la experiencia fue el “estar” con la gente. Conseguimos vencer la tentación y a veces obsesión de “hacer”. En varios ocasiones “”perdíamos” tiempo sentados en alguna familia, e inesperadamente, al final, la gente nos agradecía esa presencia aparentemente inútil.
¿Y qué les impresionó más a los jóvenes? A esta pregunta Ángela de Segovia observa que muchas cosas le impresionaron. Añade que, lo que más la impactó fue Adu, la misión de Malindi. “Allí las casas eran de barro, no había agua corriente y en algunos sitios tampoco luz. Los animales estaban sueltos. Los niños iban descalzos hasta por las zarzas, y se venían con nosotros sin importar dónde (aunque a alguno le dábamos miedo). Anochecía sobre las 8 y podíamos ver toda la vía láctea mientras hacíamos la evaluación del día. Estábamos en un lugar que muy poca gente tiene la suerte de conocer.”
A Bea le encantó la experiencia de intercambio cultural con los jóvenes de allí. Reconoce de haber descubierto valores interesantes en los jóvenes, tales como amistad, solidaridad, fe y la alegría que se expresa también con la música y el baile. “¡Qué bien bailan, y todos!”, lo recuerda.
Antonio recuerda cómo allí la forma de vivir la fe le impactó de tal manera que decidió allí abrazar la fe cristiana que se culminó con su bautizo. “Parece que es importante salir uno de su hábitat normal para apreciar lo que detesta,” así lo comenta.
¿Lección contra el aporofobia europea?
La palabra aporofobia se refiere al rechazo, aversión, temor y desprecio hacia las personas pobres y la pobreza. La aporofobia nos sirve para explicar, por ejemplo, por qué se rechaza a las personas refugiadas, pero no a los migrantes ricos e inversores de otros países que en cambio reciben acogidas y reconocimientos especiales.
Según Ángela de Zaragoza, esta experiencia le ha servido también para descubrir la bondad en las personas pobres, la pobreza material que no necesariamente excluye otros valores. Observa que “a veces se les teme a los pobres por el miedo que puedan atacarnos por lo que tenemos, cosas materiales, pero ellos tienen un montón de cosas que compartir con nosotros.
He aprendido mucho de ellos.” Y su amiga, Ángela de Segovia ve lo mismo cuando dice, “me quedo con la alegría de la gente allí, la generosidad y el todo cariño que recibimos.” ¿No es un ejemplo interesante el de Jesús, que nace pobre y vive en la sencillez, pero a la vez hizo mucho bien y nos enseña muchísimo para vivir mejor como hermanos?
Esperamos que al celebrarlo durante esta navidad podamos aprender de él el apreciar a los pobres y el compartir lo que tenemos, también nuestro tiempo, para “estar” con los que nos necesitan, como nuestros abuelos y la gente que está sola, y que seamos capaces de colaborar para que el mundo sea más de hermanos. Joven, ¿te animas a participar en alguna de esas experiencias fuera de tu contexto familiar y cultural?
