Ante una realidad compleja y cambiante, necesitamos renovar continuamente nuestra forma de mirar para comprender lo que pasa, y para ello necesitamos de los demás.

Siempre me han gustado los cuentos. Con frecuencia te ayudan a comprender lo que pasa de manera más exacta que largos y sesudos discursos. Retomo algunos cuentos de un viejo libro ya arrinconado que releía en estos días.

Dicen que llevaron a seis ciegos a “ver” un elefante y les permitieron tocarlo. Uno tocó su enorme tripa y dijo que era una pared. Otro tocó su trompa y dijo que era una serpiente. Otro tocó su colmillo y dijo que era una lanza. Otro tocó una pata y dijo que era un árbol. Otro tocó una oreja y dijo que era un abanico. Otro tocó su cola y dijo que era una soga.

Cada uno de los hombres ciegos tenía parte de razón, pero todos estaban equivocados. Tocaron una partecita del elefante, se les escapó el todo.

Ahí va otro: la cueva oyó un día una voz que le decía: “Sal a la luz. Ven y contempla el brillo del sol”. La cueva respondió: “No sé lo que dices, yo soy todo oscuridad”. Después de muchas invitaciones, la cueva se aventuró, salió y se sorprendió al ver tanta luz por todas partes. La cueva miró al sol y le dijo: “Ven conmigo y contempla mi oscuridad”. El sol aceptó y entró en la cueva. Ahora, le dijo el sol, enséñame tu oscuridad, pero ya no había oscuridad, todo era luz.

Y un tercero: cuentan que cuando el filósofo Unamuno visitaba el claustro de San Esteban de Salamanca se dirigía al pozo, metía la cabeza en el brocal y gritaba: Luz. Luz. Quiero ver.

Unamuno no era ciego, pero quería ver lo que sus ojos no le permitían ver, quería tener la certeza de que existía otra luz además de la luz del sol.

Necesitamos siempre ver con otra luz. Y la otra luz es la mirada del “otro”, del que ve desde otro ángulo, desde una experiencia distinta, desde una mentalidad diferente.

Pensamos que lo que vemos y tocamos es “la verdad”, pero solo es una parte de la verdad. Nunca llegaremos a comprender la realidad que nos rodea, ni a comprendernos a nosotros mismos si no estamos abiertos a la “verdad” de quienes nos rodean, aunque con frecuencia nos resulte incómoda.

Nunca te creas del todo lo que ven tus ojos o tocan tus manos. Hay otras formas de entrar en contacto con la vida, con lo que sucede. Y esas formas pasan siempre por las personas que están cerca de nosotros.

A veces parecerá un cuento. Escucha y lee más allá de las palabras.

Eso sí, procura que “no te cuenten un cuento”.