Años antes de que se empezara a hablar de “globalización” ya MacLuhan acuñó la expresión de “aldea planetaria”, para indicar el hecho de que hoy somos más conscientes de las reales dimensiones del planeta y de sus habitantes y todos estamos intercomunicados.
En ello, los modernos medios de comunicación tienen una buena parte de mérito pues nos acercan las realidades más lejanas y nos ayudan a vibrar con los acontecimientos que ocurren en otros extremos del planeta,
Aprender a mirar, sin embargo, nos exige no solamente otear horizontes cada vez más amplios sino también saber sondear y riquezas cada vez en mayor profundidad y con mayor diversidad interna.
No está de más recordar la escena de dos hombres que cumplían el servicio militar durante la segunda guerra mundial.
Uno de ellos era pintor. Su servicio consistía en vigilar las vías del tren en una bella y magnífica región.
Le habían dado como compañero a un jovencito medio tonto. Dado que a veces el pintor interrumpía su inspección quedando como en éxtasis frente al espectáculo de la naturaleza, el compañero obtuso le preguntó:
- ¿Qué miras en forma tan fija?
- Observo el paisaje.
- Y cuando observas el paisaje, ¿qué ves?
- La realidad más bella, después del rostro del hombre.
- Qué extraño, yo también miro el paisaje –dijo el muchacho- y no veo más que ovejas, cerdos y bueyes, cuando los hay.
La realidad es capaz de revelar mucho más de cuanto a primera vista podemos apreciar.
Y cuando esta realidad la vemos no solo con los ojos del cuerpo sino también con los ojos de nuestra sensibilidad, de nuestra humanidad, entonces es aún mayor la revelación que ella nos hace.
Por eso todos necesitamos aprender, o reaprender, a mirar.
El ser humanos se caracteriza por una radical apertura a toda verdad y a todo valor, no asumiendo una realidad o un punto de vista y rechazando otros, ni estableciendo disyunciones de suyo excluyentes en términos de “esto o aquello”, porque considera que todo, porque uno estaría considerando que todo, todo lo que es humano es exclusivamente nuestro.
Por tanto, el verdadero hombre es amigo de la diversidad, de lo diferente ya en el campo de la cultura o de la sociedad, de la religión o de la raza.
Necesitamos una pizca de humildad para aceptarlo. Pero sin duda no nos vendría nada mal en estos tiempos.