Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. De tanto repetirlo nos lo hemos creído y lo damos por cierto.
Desgraciadamente me ha tocado conocer a muchas personas que perdieron hace tiempo la esperanza. Pero les quedaban otras cosas. Les quedaba el dolor y el sufrimiento de cada día. La lucha por sacar adelante una familia. El deseo de conseguir unos zapatos para sus pies ajados por el frío, el barro o el calor.
Quizás en nuestros países, ricos aún a pesar de la crisis, nacemos con esperanza. Pero la mayoría de las personas nacen sin esperanzas, y si algún día sueñan que las cosas pueden ser distintas, la realidad se encarga de matar esa esperanza.
La esperanza no es algo que nos venga dado por el hecho de nacer. La esperanza es algo que hay que ir creando día a día. La inmensa mayoría irán creando pequeñas esperanzas a corto plazo. Algunas se cumplirán, muchas otras se irán rompiendo en el contraste con la realidad.
La realidad del mundo que hemos creado es un duro muro contra el que muchos hermanos y hermanas nuestros chocan cada día y quedan ensangrentados.
El sistema social y económico que intentamos mantener devora personas de forma más rápida que devora los recursos naturales, el medio ambiente y los valores humanos.